sábado, 13 de marzo de 2010

Maxicha pago el pato

Eran diversas las oportunidades y motivos para ir a la casa de los abuelos. Solían decir los adultos iré, voy, vamos o iremos “Al Frente” y lo mismo repetíamos los niños. En el lenguaje familiar significaba ir a ver las chacras, lo cultivos, dejar o recoger animales y de alguna manera llegar a la casa de los abuelos Constantino y Gabina donde siempre había algo para comer, pues, era costumbre de la abuela cocinar a diario un poco más. Recuerdo que con más frecuente se visitaba en las vacaciones, cuando estaban instalados los cultivos y, especialmente, cuando empezaba la cosecha de los choclos. Indudablemente que los primeros en sentir la aparición de los choclos eran los loros y su presencia en cada maizal era todo un espectáculo y casi una competencia entre esta bandada bulliciosa y los desesperados propietarios que defendían o espantaban a “Huaracazos” o cohetones, pues, un día de descuido podría significar la pérdida de toda o parte de la cosecha por la voracidad de estas aves que picaban y comían de una y otra mazorca. Pienso, que es difícil encontrar un nieto o nieta que no haya sido parte de este espectáculo.

Quienes más frecuentaban la casa “Del Frente” eran los hijos de los tíos Julio Chacón y Graciela Valer, es decir Yuli (fallecida), Amilcar, Katy y Gloria. Amilcar conocía muchos secretos de la abuela Gabina. Conocía perfectamente que tenía guardado para comer, cuando los trajo y los sitios donde dejaba “guardada” las llaves mientras se ausentaban de casa, aunque ella –la abuela- seguía pensando que de este secreto sólo conocía Maxicha, su empleada.

No recuerdo bien los detalles por que motivo estuvimos en casa de los abuelos, tampoco nuestra edad, probablemente teníamos ambos -Amilcar y Yo- entre 10 a 11 años. Ese día no estaban los abuelos, tampoco la empleada que era una fervorosa defensora y guardiana de los bienes de los abuelos, incluso con el ánimo de enfrentarse a “los depredadores” nietos. Las puertas estaban con candado y había un silencio total, pues, para los perros guardianes éramos personas conocidas y no había lugar a alborotos. De pronto Amilcar me dice: Walter, la abuela tiene sus panes en el cuarto, están en una canasta y yo sé donde están las llaves!!. Casi sin esperar mi respuesta, se fue hacia una de las esquinas de la casa, levantó una piedra que aplastaba las llaves… se dirigió al cuarto…y .. abrió la puerta. Entramos al cuarto, le acompañé hacia la canasta que recuerdo estaba colgada y extrajo los panes. Volvió a colgar la canasta y devolvió el candado y las llaves en sus respectivos lugares y todo quedo como al inicio. Compartimos los panes y salimos de la casa comiendo y sin que nadie se percatara de nuestra presencia.

Me quedo la curiosidad sobre la reacción de la abuela por la falta de panes y fue el mismo Amilcar que me explicó: “Al día siguiente, a la hora del desayuno, la abuela ordenó que Maxicha, la empleada, llevara los panes. Maxicha, luego de revisar la canasta, le dijo “manan canchu tantacca”(no están los panes). La abuela volvió a dar la orden y tuvo la misma respuesta: Mamá, “manan canchu tantacca” (mamá no hay ningún pan). La abuela responsabilizo a la Maxicha.

Supe que la abuela le gritó, resondró y jaloteo a la Maxicha, repitiéndole que los panes estaban bien guardados y que sólo ella sabía donde estaban las llaves y, por tanto, era difícil que otra persona haya tomado los panes. Supongo que no sólo malogramos la tranquilidad y el desayuno de los abuelos sino que Maxicha pago “el pato”, es decir recibió un castigo como pago a nuestra travesura.

Autor: Walter Valer Chacon


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